Por Sebastián Horacio Trovato (#)
Lo que se pierde en un siniestro vial, no se recupera con nada.
Cuando un siniestro apaga una vida, todo se detiene.
El ruido de los motores, las bocinas, la rutina apurada de la ciudad.
Todo eso se interrumpe en un segundo. Un segundo donde el tiempo se quiebra y el asfalto se convierte en escenario del silencio más duro: el que deja un cuerpo sin vida.
Un siniestro vial no es solo un número en una estadística. Es una mesa vacía, una silla que ya nadie ocupa, un mensaje que nunca se responderá.
Cada año, más de cuatro mil personas mueren en Argentina por siniestros viales. Detrás de cada una, hay historias, familias y proyectos truncos. Y aunque la sociedad parezca acostumbrarse a estas cifras, ninguna muerte en la calle debería ser “parte del tránsito”.
El valor de una vida ante la ley y los seguros.
El Derecho argentino lo deja claro: la vida no tiene precio.
Sin embargo, no vamos hablar de números, pero sí de cómo funciona esta dura realidad, cuando ocurre una tragedia, el sistema judicial y las aseguradoras deben calcular un “valor” para resarcir económicamente a los familiares de la víctima.
Una ecuación que combina edad, ingresos, expectativas de vida y dependencia familiar. Una suma que se calcula con fórmulas, pero se paga con lágrimas.
En el Código Civil y Comercial, el establece que ante la muerte deben indemnizar los gastos médicos y funerarios, la pérdida de ingresos que afectará a la familia y el daño moral.
Las aseguradoras, por su parte, tienen límites legales: el seguro obligatorio de responsabilidad civil hoy cubre hasta cierto límite, con montos específicos para gastos de sepelio y atención
médica.
Pero cuando la pérdida supera lo imaginable —y siempre lo hace—, la pregunta vuelve a doler:
¿Cuánto vale una vida?
La cuenta que nadie quiere hacer.
Para los jueces, calcular una indemnización es un deber jurídico.
Para los familiares, recibirla es apenas un intento de cerrar una herida que no cicatriza.
El dinero no devuelve abrazos, no cura el vacío ni repara el silencio. Pero permite sostener lo cotidiano, los hijos, la casa, los años que quedaron sin quien proveía y protegía.
Nosotros, los profesionales que estamos ligados a los siniestros, sabemos que detrás de cada expediente hay una historia humana. Y aunque la tarea profesional se centre en números, pólizas y coberturas, la función social va mucho más allá. Es acompañar, explicar, contener y, sobre todo, prevenir.
Porque cada siniestro evitado vale más que cualquier cheque emitido.
Prevenir: la única forma de ponerle valor real a la vida.
Hablar de prevención no es repetir campañas. Es mirar la realidad a los ojos.
En Argentina, el alcohol al volante, el exceso de velocidad, el uso del celular y la imprudencia juvenil siguen siendo causas centrales de muertes evitables, que desgraciadamente se hizo costumbre el ser negligente, siempre hay que recordar que esas decisiones no son errores, son errores, son decisiones. Y cada decisión al volante puede marcar la diferencia entre llegar o no llegar, por lo cual, la sociedad argentina naturalizó demasiado la imprudencia.
Se aplaude la “viveza” de esquivar normas, pero esa viveza se cobra vidas, mientras tanto, seguimos llamando “accidente” a lo que en realidad es una cadena de negligencias, y al hacerlo, le quitamos responsabilidad a quien la tuvo.
Evitar un siniestro no depende solo de las leyes ni de la suerte: depende de la conciencia social.
– Del conductor que entiende que manejar no es un derecho, sino una responsabilidad.
– Del joven que decide no subirse al auto después de tomar.
– Del adulto que da el ejemplo.
– Del Estado que controla.
– Y de los profesionales que estén vinculados de alguna forma al siniestro, que educan y
promueven una cultura vial preventiva.
Cuando el silencio pesa más que el ruido.
Después del siniestro, llegan los peritajes, las denuncias, los trámites, las pólizas. Pero también llegan el duelo, la bronca y la sensación de injusticia.
En ese momento, los números del seguro se mezclan con las fotos del pasado y la pregunta inevitable se repite: ¿por qué?
La respuesta no está en una fórmula, sino en el compromiso colectivo.
Porque la verdadera reparación no está en una sentencia judicial, sino en evitar que otra familia atraviese lo mismo.
La vida no tiene precio. Pero sí tiene valor.
Ese valor está en respetar las normas, en empatizar con quien cruza la calle, en entender que todos somos vulnerables cuando una rueda gira sin conciencia.
El verdadero compromiso nace cuando comprendemos que cuidarnos entre todos es la forma más concreta de darle valor a la vida.
Ninguna póliza puede devolver lo que la imprudencia se llevó, ni hay cifra capaz de llenar el vacío que deja una pérdida.
Pero si una conversación, una reflexión o una decisión responsable logra que alguien frene antes de cruzar un semáforo, entonces la prevención habrá hecho lo que ningún dinero puede hacer: Salvar una vida.
Palabras de reflexión
Este escrito nace desde la experiencia vivida y la profundidad del corazón humano, no desde la teoría ni el interés comercial.
Surge de haber estado cerca del dolor, de haber escuchado a quienes perdieron lo que no se puede reemplazar, y de entender que detrás de cada siniestro vial hay vidas truncas, familias rotas y silencios que duelen más que cualquier ruido.
No hay marcas ni intereses detrás de estas palabras. Solo la intención sincera de prevenir y concientizar, de invitar a mirar la realidad vial con más empatía, respeto y responsabilidad.
Porque hablar de seguridad vial no es solo hablar de tránsito: es hablar de vida, de cuidar al otro, de no ser parte de las estadísticas.
Si este mensaje logra que alguien piense antes de acelerar, que otro elija no conducir después de beber, o que alguien más decida simplemente prevenir ante el acto, entonces habré cumplido mi propósito: Transformar el dolor en conciencia, y la conciencia en prevención.
(#) Técnico Superior en Seguros (ISET 56) / Diplomado en Seguros (UCEL) / Productor Asesor en Seguros (MN 102238) / Asesor en Siniestros.
