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Crónica de una noche de terror en Avellaneda

¿Cuándo se terminó de pudrir todo? ¿Cuándo fue que nos acostumbramos a ver lo que vemos?

Los hinchas de Independiente y Universidad de Chile fueron a ver un partido de fútbol y terminaron viendo a un tipo cayendo desde una tribuna alta, a otros varios huyendo desnudos porque les acababan de robar la ropa a los golpes, a otros sangrando porque les pegaron con un odio al que parece nos acostumbramos; palos, piñas, patadas. Son hinchas de la Universidad que acaban de ser atacados por barras de Independiente. No se sabe si esos hinchas chilenos son los mismos que un rato antes rompieron baños y juntaron piedras para tirárselas a los del Rojo que estaban en la popular de abajo.

Muchos de los chilenos ya se fueron. Es la hora de la venganza. Y la ligan los que quedan. La noche es una noche de furia. El partido iba 1 a 1 cuando los barras chilenos empezaron a tirar piedras, palos, bolsas con agua y asientos arrancados. También una bomba de estruendo. Del segundo tiempo sólo se jugaron dos minutos. El clima era tal que el partido no podía continuar. Desde la voz del estadio se había pedido a los de Universidad de Chile que -primero- dejaran de tirar cosas; y después que desalojaran su tribuna.

Pero no se van. No quieren. Y nadie les exige que se vayan, salvo una voz por altoparlante que insiste: si no se van, habrá sanciones. Un vaso de agua en el océano. Igual, los tipos se tocan los huevos en gesto de provocación y siguen tirando cosas. Abajo, los hinchas del Rojo se esconden dónde y cómo pueden.

En un gesto de desesperación, se abren las puertas que separan la popular de la platea, así que se arma una corrida para escapar a los ataques. La policía no aparece. Los hinchas chilenos siguen en la suya y los jugadores se fueron al vestuario. Por altoparlante ahora se avisa que el partido está suspendido hasta que se calme la situación.

Y la situación no se calma.

No se calma a pesar de que la mayoría de los chilenos se fueron. Los que quedan, siguen agrediendo. Es inentendible: el empate los favorece, están jugando de igual a igual y si pierden por un gol, encima tienen la chance de los penales. Tienen todo a favor. Acá es dónde no entra la razón.

La noche termina de desmadrarse cuando aparecen los barras del rojo en la tribuna que ocupan los chilenos. Muchos los vivan, los ven como defensores del orgullo. El orgullo no se negocia, claro. Uno de los barras levanta las manos en señal de victoria. Una suerte de héroe efímero. Lleva un palo y parece decir “acá estamos, somos nosotros, y acá mandamos nosotros”. Desde la platea se escuchan algunos aplausos: ellos van a defender el orgullo del hincha. Sus cómplices empiezan la cacería. Los chilenos huyen aún cuando saben que no hay salida. Están atrapados. Corren hasta las esquinas, el último lugar posible. Después de eso no hay nada. O el vacío. Y uno queda colgando desde una baranda y cae. Uhhhh se escucha desde la platea. Son -somos- los testigos que no pueden creer lo que ven. No nos salen las palabras.

No hay ni habrá un policía en esa popular de crimen y castigo. Apenas unos enfermeros que aparecerán después y se llevarán en camilla el cuerpo inerte de alguien desnudo y que no sabemos cuál es su estado. Tampoco sabemos qué pasó con el que cayó desde lo alto. Los barras del Rojo siguen pegando. A uno le tiran del calzón, que es lo único que le queda. Se lo estiran como si fuese un resorte. Mientras, le siguen pegando. Como antes, patadas, piñas, palos. Otro recibe tres palazos: el tercero lo desmaya. Literal. Hay más tipos desnudos que escapan pero a su paso les siguen pegando. A un par de mujeres “les permiten” irse. Un chileno evita que le peguen a cambio de entregar su ropa.

Pero el tema no termina. Uno piensa que ya está, que basta. Y no, no paran. Siempre aparece un chileno para golpear. Hay dos debajo de la pantalla gigante. También fueron “cazados”.

En la cancha se murmura que hay un muerto. La gente filma: somos más cámaras de celulares que nunca. Que no se escape nada, tal como se verá al instante en las redes sociales. Todo es incertidumbre. La tele no muestra nada: la imagen de la transmisión del partido está fijada en el césped vacío. La CONMEBOL -como todos los demás satélites de la FIFA- no quiere que se vean esas cosas. El fútbol debe ser impoluto, sano, familiero, sonrisa de Disney. Todos comentan que en Twitter, Instagram y Tok Tok se pueden ver cientos de videos de la violencia en Avellaneda. Se ve todo más cercano que desde una platea. Pero es muy diferente y fuerte el dolor o la impotencia de estar ahí, de ver en persona lo que pasa.

Ahora sí avisan que se suspendió o canceló el partido. Era obvio.

Muchos saltan a la cancha, al mismo lugar donde antes estaban los jugadores. Algunos, como ajenos a todo, se sacan selfies. Y de pronto, quienes se habían ido de la popular local vuelven a ingresar a las corridas. Afuera hay problemas. Qué más puede pasar.

La noche parece interminable. Triste. La noche triste. Afuera los robocops de la bonaerense cercan todo. Hacen salir a la multitud roja para un único lado. El aire sigue tenso. Demasiado.

Aún falta para que Avellaneda se vacíe.

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