La política y la economía están pendientes de cincuenta días, inminentes y volubles. Es el tiempo que separará las elecciones locales en la provincia de Buenos Aires de los comicios en los que se elegirán en todo el país senadores y diputados nacionales. Las elecciones bonaerenses se realizarán el 7 de septiembre próximo; las nacionales se harán el 26 de octubre. El rumor de una eventual derrota en septiembre se instaló en los campamentos de los dos principales polos políticos e ideológicos: el nacionalismo seudoprogre del kirchnerismo y el libertarismo zigzagueante del mileísmo. “Podemos perder”, acepta uno de los funcionarios más importantes de Javier Milei. ¿Estrategia para movilizar a los apáticos o, acaso, están abriendo el paraguas antes de que llueva? “Hay algo de las dos cosas”, infiere uno de los principales analistas de opinión pública. “Será una elección desigual para nosotros: la jefa está presa”, se queja por su parte un cristinista insistente con la calificación de una jefa proscripta. La proscripción ha sido históricamente un castigo del poder político. La Justicia es, en cambio, la que condenó a Cristina Kirchner por delitos de corrupción y le prohibió el ejercicio de cargos públicos. La expresidenta no está proscripta; simplemente, fue condenada luego de un juicio justo. Aun cuando sigue ejerciendo la jefatura política más importante del peronismo, sus seguidores ni siquiera reconocen que la lideresa ya venía sufriendo la decadencia política desde que el partido que lidera perdió las elecciones nacionales en 2021 y 2023. Encartada por corrupción, la viuda de Kirchner todavía era en esos años una persona libre. De todos modos, hay síntomas claros de que los dos polos ideológicos están preocupados por las elecciones bonaerenses de septiembre. La primera señal de tal inquietud apareció con las candidaturas testimoniales, que es la manera elegante como la política califica a los candidatos que se proponen para cargos que nunca ocuparán. Son desfachatados más que testimoniales, y sus candidaturas son falsas. Es también una perversión de la democracia porque le resta transparencia al sistema político. No les importa. Solo el kirchnerismo tiene 16 intendentes bonaerenses como candidatos a legisladores provinciales o a concejales, cargos para los que seguramente serán elegidos, pero a los que renunciarán antes de asumir. La “tercera vía”, una vieja fantasía de la política argentina, liderada esta vez por dirigentes como Juan Schiaretti, Florencio Randazzo o Facundo Manes, tiene cuatro intendentes como candidatos para cargos legislativos que luego despreciarán. La Libertad Avanza lleva en sus listas a dos intendentes: el de Tres de Febrero, Diego Valenzuela, y el de Mar del Plata, Guillermo Montenegro. Los dos son mencionados en herméticos cenáculos mileístas como eventuales ministros si el Presidente decidiera una reorganización del gabinete luego de las elecciones nacionales de octubre. ¿Son entonces también candidatos testimoniales? Solo Montenegro aseguró que asumirá el cargo de senador provincial para el que se postula en los comicios de septiembre. Pero su nombre figura como candidato a suceder a Mariano Cúneo Libarona en el Ministerio de Justicia. Veremos si ocurre el relevo de ese ministro (nadie es más impredecible que Milei) y veremos, sobre todo, si Montenegro le dice que no al Presidente.
Otra prueba del nerviosismo que aqueja a las dos principales facciones de la política argentina sobre las elecciones de septiembre es que están jugando en territorio bonaerense sus máximos jefes. Milei inauguró en La Plata el jueves último la campaña bonaerense, y Cristina Kirchner no para de dedicarle tuits al Presidente desde su encierro en San José Once Once, como ella nombra a su casa, que es también su prisión. El Presidente está cumpliendo su palabra de no insultar, pero inmejorables fuentes oficiales señalan que esa decisión se debe a que todas las encuestas le dicen que la mayoría de los argentinos (también los que creen en el mileísmo) no coinciden con su manera de tratar a las personas que desprecia o con las que disiente. Las encuestas son más dramáticas: la crítica es socialmente transversal; es decir, cubre a todos los sectores de la sociedad. La explicación consiste en que también una mayoría de argentinos comunes y corrientes no hablan en privado de la manera soez y procaz que suele usar en público el jefe del Estado. Cuidado. En La Plata, aclaró que no seguirá insultando solo a los “interlocutores de buena fe”. ¿Quién decidirá si hay buena o mala fe? Milei. Obvio. De todos modos, él sigue siendo un presidente de la Nación excepcional en la historia argentina. Así como aplicó el ajuste más profundo y rápido de la economía que recuerde cualquier argentino vivo (decisión que el país necesitaba desde hacía décadas), también es capaz de pelearse públicamente con una niño autista de 12 años, Ian Moche, que milita por la causa de las personas con discapacidad. El Presidente retuiteó un mensaje que calificaba a Moche de kirchnerista y también al periodista Paulino Rodrigues, de LN+, que los entrevistó a él y a su madre. Rodrigues no es kirchnerista, pero él es un periodista y sabe que la suya es una profesión de riesgo con Milei o con los Kirchner. Ian Moche es otra cosa, mucho más grave y sensible: él y su madre solo le pidieron al Presidente que borrara su mensaje en X. Milei se negó argumentando que estaba haciendo (mal) uso de su libertad de expresión. Las invocaciones son insignificantes. Cualquier otra persona –ni que hablar de cualquier otro presidente– hubiera aceptado en el acto el pedido de un niño, que además padece autismo. Milei le dio la espalda. Es lo que hay.
Hay síntomas claros de que a los dos polos ideológicos les preocupan los próximos comicios
¿Por qué la preocupación de los funcionarios? Un consenso implícito de los encuestadores señala que el oficialismo podría sufrir una derrota en septiembre y alegrarse con una victoria en octubre. El triunfo de octubre es previsible, sencillamente porque Milei no tiene con quien perder en los comicios nacionales. Es cierto también que las encuestas en la monumental Buenos Aires son muy caras, y solo el Gobierno y alguno más están en condiciones de hacer ahí mediciones electorales serias. “Hay que hacer ocho encuestas como si fueran ocho provincias”, precisa uno de los más prestigiosos encuestadores. Se refiere a las ocho secciones electorales en las que está dividida la provincia de Buenos Aires. Solo la primera y la tercera sección suman casi diez millones de ciudadanos en condiciones de votar. El total de votantes de ese distrito homérico es de más de 13 millones. La provincia de Buenos Aires tiene casi cinco millones de votantes más que los tres grandes distritos restantes juntos: Córdoba, Capital Federal y Santa Fe. Y cuenta con el doble de habitantes en condiciones de votar que todo el norte argentino. Tiene un vasto interior agropecuario y productivo. Una porción del conurbano bonaerense es también la sede de fábricas grandes, medianas y pequeñas. Y hay sectores sociales, sobre todo en la tercera sección, que están marginados de cualquier proceso productivo; en ese conurbano se aloja el núcleo de pobreza más grande del país. El peronismo, que ha hecho estragos con los pobres de esa amplia y hacinada franja geográfica, es ahí un partido casi hegemónico. Milei perdió por muy poco en la provincia de Buenos Aires hasta en el victorioso balotaje de 2023.
La pregunta que corresponde hacer es qué sucederá con la economía si el peronismo se vuelve a imponer en las elecciones bonaerenses de septiembre. Debe consignarse que por primera vez se votará en fechas distintas en esa provincia; siempre las elecciones nacionales y provinciales de Buenos Aires se unificaron en un solo día. También habrá dos sistemas electorales distintos: boleta única en las elecciones nacionales de octubre (que fue un acierto importante del gobierno de Milei en busca de la limpieza electoral) y la vieja boleta sábana para los comicios provinciales de septiembre. Los caudillos del conurbano bonaerense se resistieron siempre a aceptar un sistema electoral más transparente. ¿Por qué? La respuesta vacila. Ellos solo dicen que no hacen fraude. Las pruebas los condenan.
La economía de Milei viene saltando de obstáculo en obstáculo desde que el dólar pegó un salto hace casi un mes o, mirado con otro punto de vista, desde que la actividad económica comenzó a desacelerarse en abril último. En los quince días recientes el ministro de Economía, Luis Caputo, y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, fatigaron la paciencia de los bancos, las empresas y los economistas con resoluciones monetarias casi diarias. Cambiaron las reglas del juego con algunas de ellas. La última de esas resoluciones, el jueves pasado, convirtió al día siguiente en un viernes negro para las acciones de las empresas argentinas en Wall Street, porque cayeron las de casi todas. El mercado local no funcionó por el feriado. Las resoluciones de Caputo y Bausili tienen un solo propósito: mantener el dólar quieto y, de esa manera, conservar la tendencia a la baja de la inflación, que es el gran activo político del Presidente. El problema es que para lograr eso debieron elevar las tasas de interés y colocarlas, según los días, entre el 52 y el 70% anual. La inflación del año prevista por el Banco Central es de apenas el 27%. Semejante diferencia no puede ser neutral para la actividad de la economía argentina. La historia y la práctica indican que si las tasas de interés son tan altas, el freno para la economía no tiene remedio. Las empresas se quedan en los hechos sin crédito, y las compras en cuotas se terminaron para los argentinos porque deberán pagar muy altas tasas de interés. Son previsibles una baja del consumo y un aumento de la morosidad, tanto en los créditos como en el pago de las tarjetas de crédito; este último retraso ya se venía registrando.
Los economistas Enrique Szewach y Fausto Spotorno coinciden en que la incidencia en la economía de una eventual derrota del Gobierno en la provincia de Buenos Aires dependerá del margen del traspié y del tamaño de una victoria peronista. “Una derrota bonaerense del oficialismo por uno o dos puntos no afectará necesariamente a la economía porque todos saben que el Gobierno ganará las elecciones nacionales de octubre, que son las que realmente importan para la gobernabilidad futura”, dicen. Pero ¿qué sucedería si la eventual derrota bonaerense fuera de una magnitud mayor? El silencio les gana a las palabras. Lo que nadie dice es que una victoria importante del peronismo en el más grande distrito electoral del país les anticiparía a los inversores y a los mercados financieros un posible retorno del kirchnerismo en 2027, sea quien fuere el testaferro político de Cristina Kirchner en ese momento. El mayor conflicto se vería en el riesgo país, que hasta ahora no puede bajar de los 700 puntos básicos. Podría ser peor. Y el país y las empresas necesitan acceder a los mercados internacionales de créditos, pero les es imposible con el nivel actual del riesgo país. Lo que nadie recuerda, además, es que una semana antes de las elecciones bonaerenses, el domingo 31 de agosto, la provincia de Corrientes elegirá a su gobernador y a sus legisladores provinciales. La unanimidad de las encuestas anuncia un triunfo del oficialismo local, liderado por el gobernador radical Gustavo Valdés, y una derrota del mileísmo, que podría salir tercero. El candidato de Valdés es su hermano, Juan Pablo, quien fue objetado por Karina Milei para una alianza con La Libertad Avanza. Valdés, el gobernador, no aceptó ese veto y rompió las entonces avanzadas negociaciones con el mileísmo para desembocar juntos en una misma propuesta electoral. Si las encuestas acertaran, las elecciones de Corrientes no serán un buen precedente para los comicios bonaerenses de siete días más tarde. El Presidente depositó la construcción política del mileísmo en las exclusivas manos de su hermana Karina porque él se ocupa de la economía y la gestión. Muy bien, pero siempre que la señora Milei tenga en cuenta que la política y la economía son hermanas siamesas.